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La novela picaresca del siglo XVII

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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La novela picaresca del siglo XVII

La primera aparición de la picaresca: El Lazarillo de Tormes

Género literario satírico de creación española, antecedente imprescindible para la evolución de la novela moderna. La primera novela picaresca es el anónimo Lazarillo de Tormes, publicado en 1554. La Celestina (1499) no es una novela picaresca en sentido estricto, pero sí contribuyó de una manera decisiva al desarrollo de la perspectiva cínica y el estilo satírico que caracterizan el género.

El género se define sobre todo por el protagonista, el pícaro, un joven de la clase de los sirvientes, que vive en varias ciudades y tiene aventuras y desventuras con diferentes amos. El pícaro aprende desde muy pequeño a ser astuto y a buscarse la vida. Sus preocupaciones principales son, primero, tener de comer, y después, si puede, medrar. Otra característica del género es su forma, que se presenta como la autobiografía ficticia del mismo pícaro.

La aparición de la picaresca a mitad del siglo XVI con el Lazarillo de Tormes (1554) quedan establecidos los rasgos principales de este género, que sólo fructifica y se desarrolla en la segunda época de la picaresca, en el siglo del Barroco (XVII). Con El Lazarillo de Tormes (1554) nace un nuevo género narrativo que carecía de un modelo narrativo anterior y que se desarrollará, sobre todo, en el Barroco. Con el Guzmán de Alfarache (1599) de Mateo Alemán quedan fijados los rasgos formales e ideológicos básicos del Lazarillo, que luego serán repetidos, ligeramente modificados, por narradores posteriores. Esta nueva narrativa inicia el nacimiento de la novela moderna. Utiliza el esquema tradicional de los libros o novelas de caballería, pero lo hace con una voluntad claramente desmitificadora, a partir de la crítica a la sociedad de la época. La estructura es un relato en primera persona de episodios o la vida del autor que vienen a justificar su situación final poco afortunada.

El principal ejemplo de la picaresca alemana es El aventurero Simplicissimus (1669), del escritor Hans Jakob Christoph von Grimmelshausen. En Francia cabe destacar Historia de Gil Blas de Santillana (4 volúmenes, 1715-1735), fruto de la pluma de Alain René Lesage, y en Inglaterra Moll Flanders, escrita por Daniel Defoe. En América Latina la obra que inicia el género novelesco es, precisamente, El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi, reflejo de la novela picaresca española.

La segunda mitad del siglo XVI, el reinado Felipe II (1556-1598), el Rey Prudente, se caracteriza por cierto predominio de la literatura religiosa (ascética y mística) y replegamiento del “brote picaresco”. El componente erasmista, con su sátira anticlerical en el Lazarillo, no fue adecuado para que este género de novela progresara en tiempos de Felipe II, el Concilio de Trento (entre 1545 y 1563) y la Contrarreforma.

La novela picaresca es un síntoma de la crisis que comenzaba a asolar a la sociedad desgastada en las luchas europeas. Sus protagonistas ya no son héroes, sino antihéroes, seres egoístas e insensibles, regidos por el determinismo, y que se encuentran solos en un mundo insolidario y dominado por la apariencia. El realismo de la picaresca reacciona contra la literatura idealista del Renacimiento, ya agotada. Se inicia una nueva época, el Barroco, en la que el tema central será el desengaño, la idea de que el individuo tiene que valerse por sí mismo empleando su “ingenio”, el desprestigio del heroísmo y de el prurito de la honra. El pícaro está liberado de la honra, en el sentido de convención social.

En tiempos de Felipe II, en los que florece la literatura idealizada de los libros de caballerías, la novela pastoril, la mística, el teatro de imitación clásica, una novela como el Lazarillo habría desentonado. Además, las condiciones económico-sociales que hacen surgir la picaresca del siglo XVII aún no eran tan graves en tiempos de Felipe II, sino que en el reinado del Rey Prudente comienzan a agravarse. La plenitud del Renacimiento en tiempos de Felipe II con el culto a la belleza (lírica de Herrera) y la exaltación patriótica de la Contrarreforma no favorecían una literatura crítica y pesimista como la de la picaresca. Es claro que la primera novela de la segundo época picaresca, con la que se reanuda el género después del Lazarillo, se publique en 1599, un año después de la muerte de Felipe II, que cierra la etapa ascendente de la “España gloriosa” de la época imperial.

Diferencia entre el Lazarillo y la novela picaresca del siglo XVII

La novela en el siglo XVI se había situado en el plano idealista con la novela caballeresca, pastoril, bizantina y morisca. En el siglo XVII se orienta hacia el realismo con la picaresca y el cuadro de costumbres. En el Lazarillo la picaresca se muestra todavía benevolente y humana, casi optimista. En el siglo XVII, toma la picaresca un matiz más duro, crítico y agrio.

La picaresca del Renacimiento se diferencia de la del Barroco:

a) El Lazarillo violaba la ley por la miseria de su vida, por hambre, por la necesidad de la diaria supervivencia. El pícaro del siglo XVII no lo hace por hambre, sino por quebrantar la ley. El pícaro se presenta casi siempre como holgazán de origen innoble, que vive aprovechándose de la buena fe del prójimo; trabaja de vez en cuando, pero pronto vuelve a la vida ociosa.

b) La psicología del pícaro deriva de las terribles condiciones que le rodean. Todo conspira contra él, condicionando su existencia: su poco honrosa cuna, el bajo ambiente en que vive, la perfidia de sus semejantes, de los que no recibe más que golpes. De ahí su amargo pesimismo y su radical desconfianza frente al prójimo. Pero nunca se rebela, sufre esperando el momento de poder dar cauce a su resentimiento.

c) Después de cada aventura, hace reflexiones moralizadoras. El pícaro se complace en destacar la ilicitud de cada uno de sus acciones, exponiendo detalladamente la norma moral contra la cual tal acción peca. Recalca en ello la flaqueza humana. Ya no es amoral, sino inmoral.

d) Frente al Lazarillo, la picaresca del Barroco se dirige a capas más altas de la sociedad: clérigos de altos cargos, cardenales, embajadores. La crítica al concepto de la honra es aun más dura. Se acentúa el pesimismo: “vanidad de vanidades; todo es vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre de todo por cuanto se afana debajo del sol?” (Eclesiastés l, 2-3).

e) El estilo es realista, pero a veces las descripciones de la picaresca barroca son tan desorbitadamente caricaturizantes que rayan en lo surrealista.

El Lazarillo es aún muy humano y compasivo, está más cerca de Cervantes que de la picaresca barroca, tiene una prodigiosa naturalidad y ofrece un realismo sin grotescas deformaciones; mientras que la picaresca barroca ofrece un pesimismo sistemático, una deformación caricaturesca y una insistente sátira de la sociedad de entonces; en la picaresca barroca el pícaro posee ya conciencia de su clase social y de su significado crítico. Aunque el Lazarillo contiene los gérmenes de toda la picaresca posterior, sólo que en una mesura más “clásica”, rasgos que la picaresca barroca exagera. En el Lazarillo tenemos ya algo del dualismo Don Quijote <> Sancho Panza, algo de la tendencia idealista y muchas inquietudes erasmistas humanísticas.

Toda clasificación de la picaresca presenta grandes dificultades. Se ha usado el criterio del mayor o menor grado ético moralizador: Primer grado sin sermones moralizantes lo representaría el Lazarillo; segundo grado sería la perfecta fusión de ética y picaresca de Guzmán de Alfarache; el tercer grado, la fusión superficial y anecdótica de lo moral y lo picaresco de Marcos de Obregón. Pero con la misma legitimidad se pueden tomar otros criterios para hacer clasificaciones del género: el mayor o menor grado de sátira social, de realismo, de caricatura, de costumbrismo, etc.

El elemento moralizador de la picaresca corresponde a la “fiscalización religiosa de la época” (Valbuena Prat), que impedía una literatura de malos ejemplos sin ofrecer el remedio como un médico que describe enfermedades sin ofrecer remedio. Otra razón para este prurito moralizador es la de que el autor escribe su relato al cabo de una vida llena de peripecias, ya curtido por los años y quiere dar la sensación de gravedad propia de un filósofo. Al querer adoctrinar a los demás desde su condición insignificante social, el pícaro se está afirmando a sí mismo con gesto de profundo orgullo, del orgullo de quien posee el secreto de la inanidad de la vida.

El valor medieval dado a los escritos en relación con la calidad de sus doctrinas subsistía aún en el Barroco. La literatura como mero pasatiempo despertaba el recelo de moralistas y legisladores. Con el salvoconducto de la intención moralizadora, la picaresca podía ofrecer las más crudas descripciones de la realidad nacional. El realismo de la picaresca es muy debatido. No es el realismo humano y llano de un Cervantes o de un Velásquez, sino deformante y deshumanizante, exagerando lo grotesco para intensificar la intención satírica. La caricatura tampoco es rasgo común a toda la picaresca, y este es uno de los criterios para su clasificación. El caso más extremo es El Buscón de Quevedo, mientras que El Guzmán y el Marcos de Obregón son más realistas. A veces la realidad se esquematiza en abstracciones caricaturescas.

Los principios de composición fundamentales de la picaresca: el pícaro viaja y vagabundea, un síntoma de su inestabilidad social; el pícaro está al servicio de muchos amos; el pícaro narra en primera persona su pasado, sobre el que emite algún juicio o comentario. Este rasgo autobiográfico confiera a la narración un carácter subjetivo, típico del arte del Barroco.

En cuanto al estilo, las técnicas picarescas de expresión son sólo posibles una vez caducados los cánones clásicos de la belleza ideal, difundidos durante el Renacimiento. El Barroco proclama el valor de lo feo, sobre todo como elemento de contraste. “Antes pienso pintarme tal cual soy, que tan bien se vende una pintura fea, si es con arte, como una muy hermosa y bella ... Y tan bien hizo Dios la luna con que descubrir la noche oscura, como el sol con que se ve el claro y resplandeciente día... en el orden del Universo también hacen su figura los terrestres y ponzoñosos animales Y finalmente, todo lo hizo Dios, hermoso y feo” (La pícara Justina).

La picaresca es un arte idealista de signo contrario, como dice Américo Castro. La picaresca en su conjunto no es menos parcial y excluyente que las novelas renacentistas, aunque por debajo de sus deformaciones palpita una realidad sangrante, una sociedad con todas sus miserias, que justifican el rencor del pícaro. Vista así, la picaresca es una digna arma de crítica social a la España de su tiempo, la España que acaba de perder los ideales imperiales y está llena de mendigos. A la literatura española corresponde el mérito de haber llevado al terreno del arte un tipo y una actitud procedentes de los más bajos fondos sociales. La picaresca tiene en el terreno literario un paralelo con la pintura de la época del barroco: Así Velázquez pinta a bufones, bobos y deformados en sus pinturas, en las escenas reales no deja de documentar la degeneración de la clase alta española.

La riqueza de vocabulario es notable, así como el empleo de expresiones familiares, refranes y frases hechas.

Situación social de la España del Barroco

Recordemos las palabras de Martín González de Cellorigo en 1600: “No parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural”.

«Ido Felipe II, desvanecidas las mínimas sospechas de disidencia religiosa, expulsados los últimos moriscos en 1609, la sociedad hispana se reflejaba inmóvil en las quietas aguas de su homogeneidad espiritual. Las guerras acontecían ahora lejos de la frontera española, dentro de casa reinaba la paz de la creencia imperturbable. Cada uno tenía la certeza de pertenecer a una sociedad de castizos cristianos viejos, de señores e hidalgos. No más banqueros o intelectuales de estirpe judaica. El gigantesco personaje de la sociedad eclesiástico-señorial-campesina estaba omnipresente como nunca antes.» (Américo Castro)

«El siglo XVII es el siglo de la crisis acelerada del Imperio Hispánico (1627: suspensión estatal de pagos; devaluación de la moneda, el vellón, en un 50%). La península tiene un exceso de nobles, hidalgos y religiosos. La miseria se enseñorea de la nación (“al rico llaman honrado porque tiene que comer”). En esta situación, Lope sigue escribiendo en el teatro sobre héroes medievales (“un labrador de Madrid, del linaje de los godos”). Sigue el desprecio “reconquistador” por las actividades comerciales e industriales: burguesas; ser intelectual agudo es ser judío. La mitomanía del español castizo y cristiano viejo prosigue en muchos autores: “que suele la cristiandad alcanzar más que la ciencia” (Tirso de Molina). El duque de Olivare (1587-1645) intenta abrir los ojos a la clase dominante del país y meterles la mentalidad moderna de amor a la ciencia y al progreso: intenta en el 1641 traer judíos a España para que se hagan cargo de las actividades económicas; en vano. En 1640, Portugal recupera su independencia; separatismo en Aragón y Andalucía; Cataluña a punto de recuperar independencia; en 1647 se sublevan Sicilia y Nápoles; independencia de Holanda; la Paz de los Pirineos en 1654 reconoce la supremacía europea de Francia. La “república de hombres encantados” se refleja en la literatura y el arte. Las contradicciones del sistema imperial, sus mitos casticistas, su alta cultura junto a la enorme miseria del país, su poder militar junto a la gran decadencia tecnológico-económica, sus riquezas americanas junto a las grandes deudas con los banqueros europeos: el abismo entre el ser y el parecer así como la obsesión por el engaño y el desengaño, son la clave de la situación del Barroco español. Lope de Vega (1562-1635) ignorará el conflicto y destacará el nacionalismo y la mitomanía española, operando con la ideología de unir la clase dominante con los labradores ricos. Mateo Alemán (1547-1613), no menos ideólogo, presenta el descarnado desengaño y un feroz rechazo de lo humano. Calderón de la Barca (1600-1681) y Tirso de Molina (1583-1648) intentarán dar un marco teológico a todo; Calderón parte del desengaño para llegar siempre al desengaño. Luis de Góngora (1561-1627) intentará una poesía formalmente pura y lujosa opuesta a la miseria social reinante. Francisco de Quevedo (1580-1645) será el implacable desmontador de los soberbios edificios imperiales, para terminar en un oportunismo pragmático. Sólo Miguel de Cervantes (1547-1616) verá claramente la dirección que va a seguir el siglo del Barroco, e intentará dar una síntesis humana del problema del tiempo. Frente a estos autores está la novela picaresca como testigo implacable de la época, contraria al humanismo y dignidad de un Cervantes.» (Carlos Blanco Aguinaga).

En 1599 aparece el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán (1547-1615), autor de descendencia judía. Esta será la novela modelo de la picaresca barroca, es la obra máxima y absolutamente central para la comprensión de la picaresca evolucionada.

Características de la novela picaresca

«La novela picaresca es un relato autobiográfico ficticio, escrito en primera persona por sujeto imaginario de ínfima extracción social, quien, pasando por avatares sucesivos, nos introduce en sectores y ambientes diversos de la sociedad, que podemos así contemplar desde una perspectiva poco favorecedora, es decir, desde abajo.» (Francisco Ayala)

En la novela picaresca se nos cuenta siempre la historia de un trotamundos desheredado de la fortuna cuyo papel en la vida se reduce a ir satisfaciendo, de cualquier manera, sus necesidades más elementales. El hambre es, tal vez, el motor principal del pícaro, y para satisfacerla trabajando lo menos posible (esto es importante) hace de todo sin ser en suma nada: sirve a varios amos, hace de mendigo, roba y engaña. La humanidad no tiene otro sentido que el que tiene la vida del pícaro, comer y trabajar poco. Cuando aparece algún sentido superior, el pícaro advierte enseguida que sólo es vanidad y gesto. El pícaro es el antihéroe épico y se mueve en un mundo desidealizado, bajo y nada noble.

Otra característica es que las aventuras del pícaro son narradas no de forma “novelesca” imaginativa, sino de forma “realista” autobiográfica. De esto se deduce: el pícaro es un héroe solitario, vagabundo desterrado que no entra nunca en diálogo con los demás. Los más desconfían de él y él desconfía de todos una vez que adquieren algo de experiencia.

«Y aunque habla mucho con todo el mundo y todos hablan y actúan a su alrededor, las vidas de los demás le llegan al lector filtradas por la soledad del pícaro. La visión del mundo del pícaro por ser baja desenmascara la mentira de las visiones del mundo de la gente de su alrededor. La soledad del pícaro le aísla de todo el mundo que le rodea. EN este aislamiento y en su indignidad, paradójicamente, el pícaro encuentra su superioridad sobre el resto de los hombres. Y de esta superioridad saca su razón para juzgarlos y condenarlos; para condenar la humanidad toda. De su aislamiento salen definiciones dogmáticas y deformantes de la realidad. La experiencia del pícaro se convierte en juicio del novelista: todo lo que él ha experimentado en su vida le sirve ahora de ejemplo para que el lector aprenda a condenar la realidad. La novela picaresca está pensada a priori como ejemplo de desengaña” (Blanco Aguinaga).

La picaresca representa el rechazo de las novelas tanto pastoriles como caballerescas y de aventuras en las que se idealizaba al héroe en los siglos XVI y XVII.

Caracteres generales de la picaresca:

a)    El pícaro es una figura antiheroica, un caballero de signo negativo, crítico de las virtudes caballerescas.

b)    Técnica narrativa: autobiografía fingida.

c)     Episodios: el pícaro sirve a distintos señores y así se suceden los episodios.

d)    Tiene el carácter de las novelas por entregas.

e)    Crítica social y sátira sobre la situación del país.

f)      Realismo detallado.

g)    No da soluciones a la miseria.

De todas estas novelas picarescas las más representativas son:

El Lazarillo de Tormes (1554).

Vida de Guzmán de Alfarache (1599).

Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos (1626).

Si Calderón intenta cubrir el fracaso último con la sobre-estructura teológica y con el vano ropaje literario intenta cubrir la esencia verdadera del Barroco (el desengaño), en la picaresca surge este desengaño libre de trabas. Calderón prometía aún de una manera racional que en el más allá todo sería “de otra manera”. La picaresca es realista, ve que está el hombre limitado en su libertad espiritual por los dogmas que le sobrecargan, el hombre está rodeado de ignorancia e hipocresía, de corrupción social; todo esto le hace desconfiado, burlón o monitor y sobre todo pesimista en cuanto a la salvación posible. Ya no justifica este mundo de modo teológico como Calderón, aunque no niega abiertamente la posibilidad de otro mundo mejor “más allá”; pero quiere poner en claro qué poco sentido tiene este mundo de acá.

Se ha comparado la picaresca con la ascética, y la misma picaresca tiene parodias del pícaro que se comporta como un asceta con el mismo ritual (por ejemplo, pone sus remiendos diciendo oraciones como un sacerdote).

La picaresca tiene paralelos con la vena subterránea de la llamada “España Negra”: Los miserables del pintor Ribera, los niños comilones y piojosos de Murillo, la España de Francisco de Goya (Caprichos, Disparates), las pinturas de Zuluaga, los esperpentos literarios de Vale-Inclán (“reflejo de la realidad en espejos cóncavos”), el Sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno, etc.

Los libros de caballerías

Los libros de caballerías son de origen medieval y alcanzan su éxito en el siglo XVI, llegan a ser el género novelesco de la época del emperador Carlos V. Se hicieron populares en el Renacimiento por su idealismo amoroso, relacionable en parte con el platonismo de la época y por su exaltación del espíritu aventurero, que tiene gran resonancia en el ánimo de los españoles, asombrados por las hazañas de los soldados en el descubrimiento y conquista de América. Algunos conquistadores dan nombres locales en América sacados de los libros de caballerías, como es el caso de California.

De libros de caballerías llegaron a escribirse “versiones a lo divino”, provocando la ira de los moralistas, pues, a pesar de su tono idealista, estos libros no estaban exentos de cierta sensualidad, influyendo incluso en escritores místicos como Santa Teresa de Jesús o San Ignacio de Loyola, que aprovecharon el espíritu heroico de la época dándole matiz religioso.

Los libros de caballerías decaen en el reinado de Felipe II (1556-1598) y Miguel de Cervantes les dará la puntilla definitivamente con Don Quijote (1605 y 1615).

Antecedentes y paralelos

El problema de los antecedentes de la picaresca no está aún resuelto.

En la Antigüedad tenemos: Petronio (muerto el 66 d.C.); Lucio Apuleyo (125-180 d.C.; la traducción al español del Asno de oro es de 1513).

En Francia: Fabliaux (relatos breves y obscenos populares en Francia entre mediados del siglo XII y mediados del siglo XIV); Roman de Renart (conjunto de poemas en francés datados entre los siglos XII y XIII y que parodian la épica y la novela cortesana, y están ambientados en una sociedad animal que imita a la humana; su principal protagonista es Renart, el zorro).

En Italia: Giovanni Boccaccio (1313-1375); Masuccio (1420-1480), autor del Novellino (1476).

En Inglaterra: Cuentos de Canterbury de Chaucer (1387).

En Alemania: Schwankliteratur, Till Eulenspiegel (1290-1350).

En España: Juan Ruiz (1283-1350), también llamado Arcipreste de Hita, Alfonso Martínez de Toledo (1398-1466), llamado el Arcipreste de Talavera, La Celestina (1499), La lozana andaluza (1528) de F. Delgado.

Las novelas picarescas

Prescindiendo de varias novelas cervantinas más o menos afines a la picaresca, la producción de novelas picarescas abarca unas 35 noveles escritas entre 1554 (Lazarillo de Tormes) y 1681 (muerte de Calderón). La picaresca representa la novela de antihéroe, contra los libros de caballerías y de aventuras con sus idealizaciones del héroe.

El Lazarillo de Tormes (1554)

Es de autor desconocido, pero es cierto que fue un converso erasmista. Es la primera novela del género.

La figura y el ambiente social se oponen diametralmente al de los libros de caballerías. En estos el héroe de alto linaje actúa por impulsos de altos ideales en un mundo bellamente irreal. Lázaro es, en cambio, un pobre muchacho de bajo origen, a quien un destino adverso zarandea cruelmente sin dejarle escapar del mísero ambiente en que vive. Los móviles de su conducta son los de la realidad cotidiana: el hambre. El héroe lucha y cosecha victorias, el pícaro se debate en una sociedad hostil y recibe solamente golpes. La miseria obliga al pícaro a quebrantar la ley cuando pueda. El simpático pícaro es descrito como ladronzuelo, pero no como criminal o delincuente. La narración es retrospectiva: desde la cárcel, desde las galeras, o en un estado social mediocre a que ha llegado.

Lázaro, lejos de reaccionar con amargura ante su destino, se limita a poner de relieve, con sana intención irónica, las flaquezas de sus diversos amos. Sus palabras no son de venganza, no son de resentimiento, sino de desahogo de un espíritu crítico, que libre de prejuicios observa la realidad con risueña malicia. Nunca le falta el humor, suele mostrar una actitud de alegre resignación. A veces la burla es tan humana que logra provocar en el lector simpatía para con el burlado (como en el caso del pobre hidalgo). La sátira en el Lazarillo aún no alcanza la acritud de las novelas picarescas posteriores, el Lazarillo todavía no es una novela pesimista. La inocencia con la que Lázaro cuenta sus cosas denota una abertura grande hacia todo y recalca más la ironía del autor de la novela.

El Lazarillo muestra su antagonismo con la literatura caballeresca: Amoralidad, pues las condiciones miserables de vida no permiten moralidad alguna. Crítica de la situación político-económica de España (esplendor y gloria hacia afuera, mientras que la masa tiene que luchar por el pan diario). Motivo principal: el hambre; se trata de sobrevivir físicamente y no adquirir fama para la posteridad.

Contra el mito de la honra, se niega el ideal de la honra que más tarde estilizará Calderón. Con su manera inocente de describir lo que ve y lo que le pasa, el pícaro desenmascara así las clases sociales por las que va pasando como siervo y criado. Nos muestra a los amos peores que los siervos (“Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor”, El Cid). La ironía se muestra en la inocencia hacia afuera, pero la intención reflexiva del autor está detrás.

La picaresca desde el Lazarillo nos ofrece con ojo psicológico e intención satírica un aspecto de la sociedad de la época, que habían silenciado los demás géneros literarios del momento. El hidalgo, aunque arruinado, sigue mostrándose como un gran señor externamente. La picaresca critica el mito de la honra como compensación de un complejo de inferioridad dentro de las clases altas. Critica la corrupción de los responsables del orden público y polemiza con la Iglesia en las figuras de los clérigos.

Vida del pícaro Guzmán de Alfarache (1599), de Mateo Alemán (1547-1614).

Con esta novela de Mateo Alemán (1547-1613) se inicia el ciclo picaresco del siglo XVII y se reabre la picaresca tras medio siglo de silencio.

El Guzmán es la obra más perfecta, representativa y arquetípica del género picaresco. Mateo Alemán nació casi al mismo tiempo que Cervantes, con quien tiene semejanzas. El Guzmán salía a la luz cuando la muerte del Rey Prudente (Felipe II) abría una nueva época en que la picaresca iba a florecer; pero la obra fue madurada y escrita durante la época de la ascética y la mística renacentista. Esto sólo bastaría para explicar el profundo carácter moralizador del autor.

La narración de la vida pasada del pícaro no es lineal sino que se interrumpe con las reflexiones y moralizaciones del escritor. Las digresiones que cortan el relato son narrativas, con la inclusión de "exemplos intercalados" y de cuatro novelitas cortas de amor y honor, y no narrativas, especie de sermones morales que interrumpen el argumento.

Guzmán muestra aún cierto respeto por lo clerical, falta en él la sátira clerical erasmista del Lazarillo. Los personajes eclesiásticos son de intachable conducta y son los únicos que consuelan al pícaro. Ni lo amoroso ni lo heroico aparecen en la novela de Mateo Alemán. El amor como pasión le inspiró escaso entusiasmo, satiriza a la mujer y el matrimonio. Con numerosos pasajes de las obras de Mateo Alemán podría formarse una antología de la misoginia. Satiriza lo heroico anticipando el Barroco, época llena de fracasos, cansada y desengañada de esfuerzos tan agotadores, de conquistas imperiales. Comienza la novela contando quién fue su padre y en el segundo capítulo, quiénes fueron sus padres y el conocimiento amoroso de su madre.

La unión de su padre con su madre origina la entrada bíblica de Guzmán en el mundo: el pecado original. El padre era un aventurero tramposo y sensual, la madre una mujer casada con un viejo; el lugar de engendramiento de Guzmán, un rincón ideal de la naturaleza, en el que Guzmán es concebido en adulterio. Sólo en este pasaje de la obra, el de la concepción de Guzmán, es descrita la naturaleza de forma idealizada. Más tarde, vemos la naturaleza como un engaño: “no hay prado sin víbora, ni abril sin su agosto”. El pago de Alfarache, donde se consumará el adulterio del que saldrá Guzmán, es descrito como el “paraíso” a orillas del Guadalquivir.

El determinismo está en el centro del libro. El pícaro está expuesto constantemente a las más diversas tentaciones. Sucumbe ante el pecado sin poder escapar a su destino. La vida de Guzmán es una sucesión de fracasos determinados por el pecado. El pícaro está inclinado al mal por el pecado original y esta situación durará hasta el final de los tiempos. Este determinismo tiene su contrapartida en la libertad del hombre.

Guzmán es fruto de un acto “libre” de amor y un engaño que como pecado marcarán su vida. Desde el principio de la novela estamos en el símbolo del dogma del pecado original, fruto del “libre albedrío” (tema debatido en la época); a más libre albedrío, más pecado. La novela se apoya en los dos temas contradictorios y debatidos de la época: la predestinación o determinismo divino, por un lado, y el libre albedrío, por otro. La novela insiste en el libre albedrío que determina un mundo de pecado anterior a cualquier posible salvación. Lanzado al mundo, el hombre entra en el pecado y el engaño, en un mundo de engaño que es imposible cambiar, mundo al que hay que rechazar. El pecado es el fruto del acto libre.

Determinado por el acto libre del libre albedrío, el hombre cae siempre en el pecado, y el mundo que el hombre hace es siempre igual a sí mismo: maldad y engaño. Esto no quita que algunos, como Guzmán, tras el pecado, se salven. La salvación es individual y posterior siempre al pecado inevitable. Son los que se salvan los que nos dicen, en su discurso, que el mundo no se puede cambiar, y que la manera de cambiarlo es rechazarlo. No podía darse una más clara versión de la ortodoxia católica y del inmovilismo de la España del mal llamado “Segundo Renacimiento”.

Argumento:

Guzmán es un niño concebido libremente en pecado por su padre, aventurero tramposo y sensual y una madre adúltera y mentirosa. Guzmán abandona la casa paterna siendo niño y se va a Madrid, donde conoce la vida de pícaro. Comienza de cocinero, luego de recadero, pero al cometer el primer robo, tiene que huir. Embarca para Italia, donde vive como mendigo primero, siendo luego criado de un cardenal y posteriormente de un embajador. Vuelve a España y se casa con la hija de un estafador. Al morirle la mujer, intenta ordenarse sacerdote, pero acaba casándose otra vez. Huye a Sevilla perseguido por la justicia y es condenado a galeras. Como galeote descubre una conspiración y es puesto en libertad.

El Guzmán contrasta con la alegre ironía del Lazarillo. La obra es una amarga visión del mundo. La vida es una lucha de todos contra todos, sálvese quien pueda. La vida es una milicia sobre la tierra, como predicaba la Iglesia. La humana criatura se halla condicionada por el ambiente y la herencia. El destino no se justifica como en Calderón en el sentido de que cada uno al nacer recibe un papel y tiene que ser fiel a ese papel hasta la muerte: la sangre se hereda, y el vicio se pega.

El hombre es malo en sí. La confianza en el prójimo te lleva a ser explotado por él y al fracaso, por tanto hay que saber disimular, engañar, ser cauto y precavido. El mundo nos engaña con falsas apariencias: todo es fingido y vano, todo es ilusión. Contrasta esta visión del mundo con Calderón, pero sigue la línea de La vida es sueño. Recordemos lo que escribirá en el siglo XX el poeta Antonio Machado: “ayer soñé que veía a Dios y con Dios hablaba y soñé que Dios me oía, luego soñé que soñaba”.

La belleza del amor, eternos ideales del Renacimiento, sólo existen en el Barroco en la imaginación. En la vida, dirá más tarde Quevedo, lo más importante es el “ingenio”, hay que ingeniárselas para sobrevivir en esta sociedad hostil. Se ingenioso es una garantía de vida.

En el Guzmán comienza en la picaresca el elemento moralizador en contraste cínico con la descripción minuciosa del quebrantamiento de la ley. Varias causas han contribuido a esta evolución: la posible censura por parte de la Iglesia (solo Quevedo se atreve a criticar al clero de una manera fina). Otras causas son el problema ético-social y estético de la cultura española del siglo XVI y XVII: estaba aún muy reciente el mundo de santos y tratadistas sagrados, de místicos y ascetas del Renacimiento, no se podía pasar de un salto a la mundanidad profana.

La ideología ortodoxa de fondo es la del autor, el protagonista de la novela, en cuanto niño, no sabe de todo esto sobre el mundo desde el principio: creyendo que la vida que le ofrece el mundo, por ser la única que conoce, es buena, se lanza a ella para gozarla. No tarda, sin embargo, en llegar al desengaño y, a partir de él, a la experiencia del mundo y su rechazo. Ello ocurre desde la primera aventura: Guzmán llega a una venta y pide de comer. Le dicen que sólo hay huevos, le hacen sentarse en un banquillo cojo y le ponen un mantel sucio, le dan un pan más negro que el mismo mantel y le sirven una tortilla de huevos asquerosa. Por hambre la come, al salir de la venta, de tanto pensar en la porquería de la venta, siente que “como mujer preñada le iban y venían erupciones del estómago a la boca, hasta que de todo punto no le quedó cosa en el cuerpo”. Guzmán, “el bobito”, ha comenzado a aprender la lección. En la siguiente venta le dan mulo recién nacido por ternera. Poco a poco el pícaro se ve engañado y se va desengañando, se siente ir entrando “en otro mundo y que a otra jornada no habría de entender la lengua”: “Todo es fingido y vano. ¿Quiéreslo ver? Pues oye...” De “bobito” y confiado pasa a pícaro y desconfiado, y al final de su vida se hace “discreto” que con su sabiduría dogmática sobre el mundo ya no se deja engañar y quiere “desengañar al lector”.

El mundo está regido por el libre albedrío; éste lleva al pecado y a la maldad del mundo, “la vida del hombre milicia es sobre la tierra”; en la lucha la victoria es siempre del mal, a no ser que el hombre acepte los principios de la religión dogmática: esta vida todo es maldad y mentira. El escritor de la Contrarreforma des-engaña, des-cubre, des-entraña la realidad que se esconde bajo las apariencias (piedras debajo de los cuales hay alacranes). Des-cubrir lo que hay debajo de la superficie aparencial del mundo es la sabiduría: “Era muchacho, no ahondaba ni veía más de la superficie”.

Este sistema de superficie <> fondo, de apariencia <> realidad, es típico del siglo XVII y lo encontramos en Quevedo (El mundo por dentro). Este sistema lo encontramos en Calderón también: El diablo trae la mujer deseada a la presencia del amante que quiere poseerla, cuando éste la abraza se encuentra con un esqueleto (“Así son las glorias de este mundo”). Es una visión del mundo desde y para la muerte. La confianza en el prójimo lleva a ser explotado por el otro; por tanto, lo mejor es el disimulo y la discreción, el engaño y la cautela. El mundo es engaño, ficción, vanidad e ilusión. Todo es apariencia. El Guzmán es, temática y formalmente, una novela cerrada, didáctica; una novela ejemplar en su realismo dogmático. En suma: mundo contrario al realismo abierto y humanista de Cervantes, aún lleno de calor y esperanza ilusionada en que el hombre alcanzará sus ideales de caballero en esta vida. La novela remata así: “Aquí di punto y fin a estas desgracias y rematé la cuenta con mi mala vida. Lo que después gasté todo el restante de ella verás en la tercera parte, si el cielo me la diera antes de la eterna que todos esperamos”. Este gran teatro, como el de Calderón, tiene así su fin.

Se quiso ver en la novela picaresca una crítica a los valores establecidos del Siglo de Oro: el que el pícaro vea la vida desde su posición proletaria, de abajo, sería la técnica demitificadora. El pícaro un negativo del caballero.. Pero el realismo de la picaresca es menos crítico de lo que parece: su rechazo total de la vida coincide con lo más cerril y dogmático de la ideología dominante que luchaba ferozmente contra todo cambio. “Lázaro termina su autobiografía arrimándose a los buenos, que son los que mandan; en el Guzmán, la ideología antihumanista y degradante emana toda ya desde el poder mismo de los buenos” (Blanco Aguinaga).

La pícara Justina (1605), de Francisco López de Úbeda.

Con esta novela picaresca se inicia la picaresca femenina, en el marco de la tradición de la Celestina. El servicio a los diferentes amos es un servicio debido solamente a su condición sexual. La pícara utiliza la astucia de mujer y su belleza para embaucar a los incautos e inexpertos.

Argumento: La novela cuenta las picantes aventuras de Justina, hija y nieta de ladrones y tramposos, que estafa y burla a todos, que se introduce en la corrupción, aunque consigue conservar su virginidad hasta el matrimonio. Cada capítulo se inicia con unos versos que orientan el episodio y concluye con unos "aprovechamientos" moralizantes, que dan una falsa seriedad a la narración, con intención burlesca.

Lo que más ha valorado la crítica en esta novela es la riqueza del lenguaje y los juegos de ingenio, a veces algo exagerados.

La hija de la Celestina (1612), de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo.

La vida del escudero Marcos de Obregón (1618), de Vicente Espinel (1551-1624).

Es una obra autobiográfica (Marcos Obregón es como el seudónimo de Vicente Espinel), en la que el escritor, ya en la vejez, rememora la vida pasada con nostalgia. Esta novela picaresca se presenta con unos rasgos muy peculiares: No existe ya  el pesimismo, ni el concepto antiheroico de la vida. Las peripecias sí que son las típicas de los pícaros (estafas, robos, infidelidades), pero falta el comentario despiadado. Hay una presencia del elemento amoroso, poco frecuente, y algunas descripciones de la naturaleza, ciudades, monumentos y ambientes cortesanos.

El novelista y dramaturgo francés Alain René Lesage (1668-1747) consiguió un lugar en la historia de la literatura con su novela picaresca Historia de Gil Blas de Santillana (L'Histoire de Gil Blas de Santillane), publicada en 4 volúmenes entre 1715 y 1735. Se considera como la última gran novela picaresca antes de que el género diera paso a la picaresca realista inglesa con las obras de Tobias Smollett o Henry Fielding, en los que influyó.

El relato cuenta las aventuras de un pillo y está escrito a la manera de las novelas picarescas españolas de los siglos XVI y XVII, tomando como modelo la novela picaresca Relaciones de la vida del Escudero Marcos de Obregón (1618) de Vicente Espinel.

Llama la atención que sea una obra francesa en un contexto tan marcadamente español, por lo que su originalidad ha sido puesta en duda. Fue Voltaire el primero en señalar las similitudes existentes entre Gil Blas y Marcos de Obregón, de Espinel, de la que Lesage parece haber copiado varios detalles. Juan Antonio Llorente llegó a sugerir que Gil Blas había sido escrita por el historiador Solís, argumentando que ningún escritor francés contemporáneo de Lesage podría haber escrito una obra con el nivel de detalle y la precisión mostradas por Gil Blas.

Considerando que el Gil Blas de Lesage era una novela esencialmente española, el padre José Francisco de Isla reclamó que fuera inmediatamente traducida del francés al castellano para poder devolverla a su contexto natural. Y fue el padre Isla quien tradujo la novela con un título combativo: Aventuras de Gil Blas de Santillana, robadas a España y adoptadas en Francia por Monsieur Le Sage, restituidas a su patria y su lengua nativa por un Español zeloso, que no sufre se burlen de su nación (Madrid, 1787-1788). A la traducción le agregó un largo prefacio en el que afirma que Lesage no ha hecho más que traducir y apropiarse del manuscrito, impublicable en España, de un misterioso “abogado andaluz”.

«En una de sus Cartas familiares dejará entrever la mistificación, ya sutilmente inscrita en el mismo prefacio. Pero lejos de las pasiones entonces inflamadas, hoy se comprende mejor por qué los españoles se reconocían en la “restitución” de Isla, rindiendo así un homenaje indirecto al retrato que de ellos había sabido trazar el novelista francés.» [Guy Mercadier: “Dos trayectorias novelescas”, en Canavaggio, Jean: Historia de la literatura española. Siglo XVIII. Barcelona: Ariel, 1995, tomo IV, p. 66]

La desordenada codicia de los bienes ajenos (1619), de Carlos García.

Fue publicada en París en 1619. En ella, el autor no habla como pícaro ni en primera persona, sino que cede la palabra al protagonista, el ladrón Andrés. Es una novela entretenida, llevada con mucha gracia y amenidad.

Segunda parte de la vida de Lazarillo de Tormes sacada de las crónicas antiguas de Toledo (1620), de Juan de Luna.

Su autor, Juan de Luna, era un converso al protestantismo y refugiado en Francia. La obra retoma la historia de Lázaro, intentando hacer una continuación auténtica. Pero observa todo desde un prisma más realista, deshumanizado y cruel, acorde con el nuevo espíritu barroco. Continúan las reflexiones morales, de fuerte tono satírico: los hijos dudosos, las mujeres, la vida picaresca, el poder del dinero, la presunción española, el desprecio del trabajo, y algunas que denotan su personalidad espiritual (la Inquisición, las costumbres licenciosas de los clérigos, y otras cuestiones doctrinales en torno a los santos, las limosnas, las reliquias, las devociones populares). El estilo es variado para pintar con eficacia las distintas situaciones, donde cabe el humor, la ironía, la grosería erótica, y está teñido de la imaginería del conceptismo barroco.

El Lazarillo de Manzanares (1620), de Juan Cortés de Tolosa.

Obra publicada en un tomo que contenía otras obritas también de ambiente picaresco: El licenciado Periquín, La comadre, El nacimiento de la verdad, Un hombre muy miserable llamado Gonzalo, El desgraciado.

Sigue vigente la autobiografía, la primera persona y el "vuesa merced"; continúan los orígenes innobles y el determinismo, el servicio a los amos (pastelero, sacristán, santero, ermitaño, canónigo). Hereda de Quevedo el realismo degradado, la afición por lo excremental, la ruda misoginia, y cierta rijosidad en las aventuras amorosas. Refleja también la ideología pesimista del Barroco y la crítica de la sociedad, sobre todo la corrupción de la justicia.

El donado hablador, vida y aventuras de Alonso, mozo de muchos amos (1624-1626), de Jerónimo de Alcalá.

La primera parte se publica en Madrid en 1624 y la segunda en Valladolid en 1626. El largo monólogo autobiográfico es interrumpido por los comentarios del interlocutor. Persisten los viajes, el servicio a varios amos, pero resulta insólito el ingreso del protagonista en un convento. Mantiene el interés el argumento, describe bien la sociedad de la época, aunque es novela moralizadora en exceso.

Historia de la vida de Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños (1626), de Francisco de Quevedo y Villegas.

Argumento: Pablos, hijo de un barbero ladrón y de una madre aficionada a la brujería, entra al servicio de un joven don Diego Coronel, hospedándose ambos en casa del Dómine Cabra, clérigo avaro que los mata a hambre. Van luego a la Universidad de Alcalá, donde Pablos es objeto de sucias bromas por partes de los estudiantes. Recibe la carta de su tío, el verdugo de Segocia, anunciando la muerte de padre en la horca. Vuelve a Madrid a por la herencia. Vuelto a la corte, conoce a otros pícaros y profundiza en los engaños hasta que es encarcelado. Libre ya, intenta casarse con una dama, pero Don Diego lo reconoce y lo manda apalear. Más tarde actúa como cómico en Toledo como actor y galán de monjas, y como fullero [especialista en trampas en el juego] en Sevilla, donde se introduce en el mundo del hampa. Los hechos se encadenan con rapidez y decide embarcar a América con una amante, la Grajal. El final del relato es abierto, aunque una sentencia moral cierra la obra: "fueme peor, como V. M. verá en la segunda parte".

Por su forma y contenido es el Buscón el tipo más puro de novela picaresca. Frente a las narraciones picarescas anteriores, el Buscón refleja un profundo cambio social en la sociedad española. No justifica su autobiografía ni se extiende en moralizaciones. Las causas y los efectos de los sucesos están reducidos al mínimo. El Buscón es un “libro genial... y una pésima novela picaresca”, en palabras de Rico. Los personajes carecen de interioridad psicológica y de verdaderos sentimientos. La obra destaca por su estilo y por el alarde de recursos literarios.

En esta descripción y visión grotesca del ambiente de su tiempo, no queda resquicio alguno para el idealismo. Quevedo no tiene respeto alguno con la condición humana de sus personajes. Se complace en deformar sus caricaturas. Ridiculiza lo trágico y busca lo macabro. Pero su lenguaje es un prodigio de expresividad y, sobre todo, de ingenio, que era su ideal.

El diablo cojuelo (1614), de Luis Vélez de Guevara.

El diablo cojuelo. Verdades soñadas y novelas de la otra vida (1641)

Novela en estilo muy conceptista y una de las más curiosas y difundidas novelas picarescas. Es su única obra en prosa, comparable al género de la novela picaresca por su temática satírica, aunque carece de elementos autobiográficos, más bien se acerca a la sátira lucianesca de costumbres.

La fama de esta novela le quitó mérito a su obra dramática. Se trata de una sátira quevedesca de la España de su época, ya en evidente decadencia como imperio. Refleja el desengaño del sueño imperial promovido en el siglo anterior, la bancarrota de la idea de una España exportadora de sus valores.

El diablo cojuelo es «el espíritu más travieso del infierno», trae de cabeza a sus propios demonios, que, para deshacerse de él, lo entregan a un astrólogo que lo tiene encerrado en una vasija de cristal. Según la leyenda, fue uno de los primeros ángeles que se rebeló contra el Criador y fue el primero en caer a los infiernos. El resto de sus congéneres aterrizaron sobre él, dejándole «estropeado» y «más que todos señalado de la mano de Dios», de ahí su sobrenombre de «Cojuelo». Pero no por cojo es menos veloz y ágil.

El diablo cojuelo era un personaje popular en la cultura castellana del siglo XVII y estaba fijado en refranes, dichos y canciones. La referencia al diablo cojuelo es mayoritaria en los conjuros, invocaciones y oraciones de las brujas castellanas. Pero fue Vélez de Guevara quien recogió las andanzas de este personaje popular en 1641, un estudiante que huye de la justicia, entra en la buhardilla de un astrólogo y allí libera a un diablo encerrado en una redoma, quien en agradecimiento, levanta los tejados de Madrid y le enseña todas las miserias, trapacerías y engaños de sus habitantes.

Argumento:

En el Madrid de los Austrias un joven hidalgo, don Cleofás, que huye de la justicia por una cuestión de faldas, se refugia por casualidad en el desván de un astrólogo que tiene encerrado a un diablo en una botella. El diablo le pide que le dé la libertad y Cleofás accede. A cambio, el que se presenta como Diablo Cojuelo lleva al hidalgo a un mágico viaje en el que, por ejemplo, ve desde las alturas el interior de las casas de Madrid como si las hubieran despojado del techo, o también, viaja por los aires a Toledo y a Sevilla y desde allí, en un espejo, ve las principales calles de Madrid cuando salen a pasear los notables de la ciudad. Al final, el Diablo Cojuelo, perseguido por otro diablo que tiene la orden de devolverle al infierno, es acorralado y se mete de un salto por la boca de un escribano que bostezaba. El perseguidor se lleva consigo a escribano y diablo.

El bachiller Trapaza (1637), de Alonso de Castillo Solórzano

Se trata de una novela llena de enredos y burlas maquinadas por un muchacho joven, cuya máxima aspiración es salir bien librado de los apuros. Trapaza no es un pícaro, víctima de la sociedad, sino un vividor ingenioso y sin escrúpulos, con un final desgraciado. La narración se desarrolla en tercera persona y de forma lineal. Para algunos críticos es más una novela de aventuras que picaresca.

Castillo Solórzano es autor de otras tres novelas con protagonistas femeninos, con intención costumbrista y ambientes marginales: Las harpías de Madrid (1631), La niña de los embustes, Teresa de Manzanares (1632) y La garduña de Sevilla (1642).

La Vida de D. Gregorio Guadaña (1644), de Antonio Enríquez Gómez.

Es una novela breve, inserta en una obra más amplia, El siglo pitagórico que fue impresa en Ruán en 1644. El autor era un segoviano descendiente de conversos portugueses. Es una sátira de diversos tipos y estamentos sociales, pero el protagonista carece de sensibilidad picaresca. Rasgos picarescos los encontramos solamente en algunos rasgos como la forma autobiográfica, la genealogía del personaje y las máximas moralizantes. Más que una novela picaresca, es un divertido relato de aventuras.

Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo (1646)

Entre 1554, fecha de la aparición del Lazarillo y 1680, es escriben en España 53 novelas picarescas. El ciclo lo cierra una novela aparecida en Amberes en 1646: Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo. Esta novela demuestra ya el agotamiento de un género literario asfixiado por sus propios excesos. Desconocemos la verdadera identidad del autor, aunque tal vez fuera un bufón que sirvió a Octavio Piccolomini. Pretendía ser la autobiografía verdadera de un bufón de la corte, aunque no lo consigue.

Argumento: Estebanillo, nacido en Galicia y educado en Roma, recorre la Europa envuelta en los conflictos bélicos de la Guerra de los Treinta Años. Es un pícaro por vocación, que sirve a varios amos y realiza diversas tareas. Cansado de la vida insegura, se retira a Nápoles, donde abre una casa de juego. Se muestra insensible ante el dolor y no le afectan los conceptos de patria, heroísmo.

Los hechos históricos sirven de base al relato, mientras pasa revista a la sociedad desde el punto de vista de un pícaro bufón, con un humor cínico y desenfadado. Contiene lugares comunes y procedimientos formales de la picaresca. Es la última gran novela picaresca. Más que por su belleza literaria importa por su trasfondo sociológico.

Estebanillo era un pícaro bufón que sirvió como tal al duque de Amalfi, a quien va dedicada la obra. La visión que da el Estebanillo es un panorama esperpéntico de la época: Estebanillo recorre media Europa al servicio del duque, sirve largo tiempo en el ejército, con el que recorre Italia, Flandes y el Imperio.

La novela ofrece una parodia de lo heroico. Pero algunos creen que no es una auténtica parodia de lo heroico, aún no imaginable entonces, sino más bien recursos típicos de la época en boca de los “graciosos”. Por ejemplo, Estebanillo asiste en el ejército a la batalla de Nordlingen, en la que las tropas son valientes y ganan la batalla, tras heroica lucha. Sólo Estebanillo es el único cobarde, huye, se esconde, para hacer reír. Si todo el ejército hubiera huido como él, el efecto no sería cómico, sino trágicamente vergonzoso.

«Ganamos algunas villas, cuyos nombres no han llegado a mi noticia, pues yo no las vi ni quise arriesgar mi salud ni poner en contingencia mi vida, pues la tenía yo tan buena que mientras los soldados abrían trincheras, abría yo las ganas de comer; y en inter que hacían baterías, se las hacía yo a la olla, y los asaltos que ellos daban a las murallas, los daba yo a los asadores. Y después de ponerse mi amo en las inclemencias de las balas y de venir molido, me hallaba a mí muy descansado y mejor bebido, y tenía a suerte comer quizás mis desechos, y beber, sin quizás, mis sobras... Encontré a mi amo, que lo traían muy malherido, el cual me dijo: Bergante, ¿cómo no habéis acudido a lo que yo os mandé? Respondíle: –Señor, por no verme como vuesa merced se ve ... Lleváronlo a la villa, adonde, por no ser tan cuerdo como yo, dio el alma a su Criador.»

Si no hay aquí crítica directa al ideal del caballero que lucha por grandes empresas imperiales, hay por lo menos cierta actitud de desengaño (cordura) de no dejarse llevar por ideales irreales quijotescos. En el Quijote vemos aún cómo Cervantes tiene cierta simpatía por la “locura” de Don Quijote, al que le pone a Sancho Panza como correctivo dialéctico y complementador. En la picaresca no tenemos esta síntesis humanística típica de Cervantes; síntesis que conserva aún el carácter equilibrado del Renacimiento. El Barroco exagerará las tintas: la exageración es estilo.

A Estebanillo lo más abyecto le parece excelente si le rinde provecho. Al final, Estebanillo, cansado de correr muchos mundos y deseando tener oficio descansado, se llega a su Majestad –cosa no difícil para Estebanillo, pues a Felipe IV (1621-1665) le gustaban los bufones– y le pide “tener una casa de conversación y juego de naipes en Nápoles”. A lo que el rey accede. Y Estebanillo, agradecido comenta el favor real con este párrafo –portento de adulación y de mal gusto–:

«Yo quedé tan ufano y agradecido de ver que un refulgente Apolo y un león coronado se acordase de remunerar mis servicios tan útiles y hechos por tan humilde sabandija, que a no saber que mi madre me había parido en Salvatierra de Galicia, me hubiera partido para Roma, sacado su esqueleto de la tumba donde yace, y trayéndolo lleno de paja, como caimán indiano, en llegando con él al primer puerto de cualquiera de sus reinos, lo vaciara y me zampara de nuevo en el vientre (de mi madre) aunque estuviera en él en cuclillas, y la obligara a volver a parirme vasallo de tal deidad. Que, si supieran bien lo que lo son, el rey que tienen y las mercedes y honras que cada instante les hace, le sirvieran de rodillas; pues siempre las pregona la fama, las publican las historias y las envidian los reinos extranjeros.»

Estebanillo tiene una devoción a todos los grandes de los cuales había vivido como parásito, divirtiéndolos con sus groserías y bufonadas. Con su evidente interés y su valor documental, el Estebanillo demuestra ya el agotamiento de un género por asfixia y por sus propios excesos.

Otras novelas picarescas presentan más claramente al anti-caballero, el hombre que está menos preocupado de la gloria y de ganar batallas que de comer y satisfacer sus necesidades: la batalla real de su vida.

Vida, ascendencia, nacimiento, crianzas y aventuras (1743), de Diego de Torres de Villarroel.

Algunos tienen esta novela por la última novela picaresca. Aunque mantiene la autobiografía y un cierto tono apicarado, el catedrático salmantino lo que hace es escribir una biografía de sí mismo destacando orgulloso las metas que ha ido consiguiendo a lo largo de su vida. Carece sin embargo del espíritu pesimista de la picaresca barroca.

Hijos de la picaresca

ROSA MARÍA ARTAL

El País, 17/03/2009

Una conciencia laxa ante la corrupción, la creencia frente a la ciencia y un atraso educativo secular: tres pies para una mesa que cojea por su erróneo diseño. Alcaldes de todos los partidos son acusados de corrupción, ingresan en la cárcel entre llantos, vítores y aplausos, y, en el 71% de los casos, resultan reelegidos, aumentando incluso sus apoyos. ¿Concedemos los españoles mayor permisividad que otros pueblos a la trampa, el robo, la malversación, el cohecho y todas sus variantes delictivas?

Sin duda, somos hijos de la picaresca, un género literario asociado a las letras españolas que nos ha impregnado el alma. O viceversa. En su tiempo de esplendor -siglo XVII-, la picaresca supuso una auténtica creación porque abordó con crudo realismo la verdad, en contra de las idealizaciones del Renacimiento. La novela picaresca suprime artificios de lenguaje y refleja la sociedad en la que vive: la que distingue a los seres humanos según su cuna y arroja a los abismos al pobre, que sólo puede medrar con subterfugios superiores a los de aquellos a quienes se ve obligado a servir. España de falacia y pandereta, de filfa, patraña y estafa, lerda y falsa, clerical y oscurantista, que nunca concede al pícaro la gracia heroica del triunfo sobre el poder. Su astucia obligada sólo le ayuda a sobrevivir.

Pocos países en la historia han ostentado la hegemonía mundial. España tuvo ese dudoso privilegio durante varios siglos. Lo que otros imperios robaron -tributos y botines de guerra, si se prefiere usar eufemismos- puebla sus museos. Grecia y Egipto se contemplan en el British londinense, y, lo que resta, en el Louvre parisino o en el Vaticano. ¿Y qué fue de los tesoros incautados por España? A partir de esa primera interrogante, nos encontramos a los Austrias dominados por validos o, llegados los Borbones, a la regente María Cristina, que amasó una inmensa fortuna trapicheando, según se le atribuye, con la sal, los incipientes ferrocarriles e incluso la trata de esclavos.

La Segunda República no se libra de despilfarros, falta de organización y corruptelas. Alejandro Lerroux se vio obligado a dimitir de su breve mandato como presidente del Gobierno por los escándalos del estraperlo y el cobro de favores -uno de los pocos a quienes la corrupción le pasó factura-. En realidad, la trayectoria española del siglo XX está llena de casos con nombre propio. Inolvidables Matesa y Sofico en el franquismo; el aceite de colza, con la UCD, y todos los que ya apoya la memoria reciente.

España, pozo de dinero negro, ha hecho de la burbuja inmobiliaria el primer alimento para nuestra fama de corruptos. Extendida por todo el territorio español, prevarica, trafica con influencias, cobra comisiones y adjudica irregularmente. Se la está atajando con múltiples investigaciones y condenas, pero la basura no cesa de fluir. Una comisión del Parlamento Europeo dictaminó en 2007: "El urbanismo que está padeciendo España es un atentado contra derechos fundamentales, movido por intereses bastardos de constructores sin escrúpulos, conchabados con alcaldes de poca monta, enfeudados unos y otros en la codicia y la avaricia".

Si nos atenemos a los datos de la organización Transparency Internacional, ocupamos, sin embargo, el puesto 28 -entre 180- entre los más limpios, con una calificación de notable (6,8). La ciudadanía, en cambio, dice percibir alta corrupción, sobre todo política. Sólo que -y esto es básico- no le importa. Sólo un 2% de los ciudadanos la cita como problema en las encuestas del CIS.

Para los diccionarios de sinónimos, el pícaro es travieso, pilluelo, bribón, tunante, revoltoso o astuto. ¡Dulce benevolencia! Buena parte de los españoles admira a quien se enriquece, sin importarle los métodos.

El desmesurado peso de la Iglesia católica en el Estado español a lo largo de toda su existencia no es ajeno a la aceptación tácita de la corrupción. Influencia clara, cuando aún intenta impedir en España lo que acepta en otros lugares, como el estudio de Educación para la Ciudadanía o una ley del aborto europea. Partimos de dos premisas fundamentales que constituyen la razón de ser la religión: creencia frente a ciencia y juicio, y limpieza del pecado con una penitencia cómoda y solitaria. Los vecinos que vitorean alcaldes presuntamente corruptos no "creen" que lo sean, de nada les sirven las pruebas, les posee la fe. Muchos políticos también participan de esa actitud. Y sobre todo, demuestran pensar que la contrición privada exime de culpa, al margen de la justicia.

Causa y consecuencia, la educación sigue siendo asignatura pendiente de los españoles porque, a pesar del indudable y vertiginoso crecimiento económico, partir del subdesarrollo y la dictadura lastra. Aún presentamos un notable fracaso de instrucción infantil... y evidentes carencias en los adultos. Desde la inocua falta de uso de expresiones corteses y el escaso dominio de lenguas extranjeras, a no pensar en los otros -elemento básico de una formación adecuada-. País bipolar, de excesos y carencias, generador de caspa que no tapa el progreso.

Una llave para el cambio: la búsqueda del bien común. Y con ella, franquear la entrada a una nave que aguarda durante siglos partir hacia una nueva España. Por la borda y con una pesada ancla, habremos de arrojar la picaresca y todo lo que implica. Para enderezar la Historia.

[Rosa María Artal es periodista y escritora. Su último libro es España ombligo del mundo.]

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